He estado en este cuarto de hotel por varios días ya. No sé en realidad cuántos, porque he dejado de contarlos desde que alguien me llamó por teléfono para decirme que tenía que escribir el final de mi historia, o la humanidad misma sufriría las consecuencias.
Al principio, lo tomé como una broma de mi editora. Siempre me hacía ese tipo de llamadas cuando mi fecha de entrega estaba a una semana de concluir. Era un ultimátum que siempre me ha animado, por muy torturador que se escuche.
Me reí tras que me colgaron sin decirme más.
Pero la risa desapareció con cada día que pasó, en donde recibía la misma llamada a la misma hora y con el mismo mensaje.
No sabía muy bien qué estaba pasando.
Hasta que una mañana recibí mi desayuno, y escondido debajo del plato había una nota que decía: «Mira por la ventana».
Lo hice, después de todo, soy un hombre curioso, lo que me hace un buen escritor.
Ahora me aterra acercarme a la ventana, ya no decir mirar a afuera. Aun me acosan por la noche la destrucción que están viviendo allá afuera por mi culpa. ¿Por qué es tan importante lo que escribo para al mundo?
Hasta parece una cruel ironía. Siempre soñé con ser un escritor cuyas historias impactarían al mundo y lo cambiaran. Alguien me escuchó y cumplió mi deseo.
Siempre he escrito finales trágicos que dan un mensaje al lector. Esto es lo que me piden ahora, pero ahora no sé cómo llegar a uno en donde no acabe con la humanidad misma. Además, ¿para quién va a ser la lección? ¿Para mí?
He dado vueltas y vueltas por el cuarto, mirando la laptop de vez en tanto, con el insistente cursor parpadeando donde me detuve muchos días atrás.
Por alguna razón, no me ha faltado agua ni comida. Ni siquiera mi tan preciado café.
—¿Qué debo escribir? —No he dejado de repetir.
Ya decidido a terminar con esto, respiré profundo para tomar valor a sentarme frente a la laptop. Sin embargo, al releer la última palabra escrita, las lágrimas de impotencia corrieron por mis mejillas. Aun me resistía a hacerlo.
Lo que antes me daba tanto confort ahora me arrancaba la vida lentamente.
—¡Tienes que hacerlo! —me ordené ante el grito de una mujer que me erizó la piel.
Estiré los dedos y zangoloteé las manos como siempre lo hacía para una larga sesión de escritura.
Ante el toque de las teclas, cerré los ojos unos segundos para permitir que las imágenes se crearan en mi mente, solo así cobrarían vida en letras.
Escribí sin detenerme, escuchando de fondo el sufrir de las personas. Fue tanto lo que me martirizaron que tuve que colocarme los audífonos con mi música predilecta para no dejarme influenciar por ellos. Tenía que ser frío y tomar el camino en donde una vida puede terminar con cada palabra escrita.
La historia tendría su conclusión ya.
Llegué a la última frase que iniciaría el fin.
Me quité los audífonos y aguardé unos segundos a la expectativa de lo que escucharía a mi alrededor.
Pero solo había silencio. ¿Habré terminado con el mundo?
Me levanté de la silla para ir a la ventana a averiguarlo con mis propios ojos. Cada paso era arrastrado, como si las pesadas cadenas de las almas que he arrancado me sujetaran de seguir adelante.
Las elegantes cortinas eran ahora lo último que ocultaba la verdad detrás, como la máscara de un mimó que encierra el dolor del comediante.
—Tengo que hacerlo —susurré para darme el valor a sujetar la cortina. Di un último respiro que fue interrumpido por alguien tocando la puerta.
Volteé hacia allá de inmediato. No he tenido contacto con ninguna persona desde que entré a este cuarto sin saber que sería mi cárcel.
Fui hacia la puerta sin dudar. Quién sea que esté detrás de ella, me está alejando del resultado de mi historia. No quiero enfrentar la verdad.
A pesar de que el cuarto estaba fresco, el picaporte se sintió cálido cuando lo tomé.
«¡Hazlo ya!», me animé abriendo sin pensarlo más.
Un par de ojos oscuros me recibieron con un enigmático pestañear. La mujer frente a mí me hizo retroceder aterrado hasta que tropecé con algo y caí de sentaderas.
—He regresado —dijo. Su voz angelical entró a mi para hacerme aceptar que tenía enfrente a la mujer de la que he escrito.
La humanidad sufrió para que ella pudiera existir.